El poder de la estupidez

LOS HOMBRES siempre han intentado buscar la existencia de pautas convencionales para explicar la Historia. La razón, la dominación económica, la voluntad de poder, la expansión territorial, las ideologías religiosas o el simple racismo han sido enunciados como causas de los conflictos y de los movimientos sociales que han cambiado el mundo.

Pero hay un factor importante que nunca se analiza y que tiene un extraordinario peso en el transcurso de los acontecimientos. Me refiero a la estupidez. Sí, la estupidez es una potente fuerza que impulsa el estado de las cosas y que conduce a la sociedad a las catástrofes más inesperadas.

La Historia está llena de ejemplos del extraordinario poder de la estulticia: la pasividad de Moctezuma frente a Hernán Cortés, la persecución de los hugonotes por parte de Luis XIV, la invasión de Rusia por designio de Napoleón, el ataque japonés a Pearl Harbour o el envío de tropas estadounidenses a Vietnam. Todas ellas fueron decisiones caprichosas, mal fundamentadas y peor llevadas a cabo, que produjeron consecuencias desastrosas.

Las grandes desgracias de la Humanidad están en muchas ocasiones provocadas por la tontería, que tiene un poder altamente contagioso. Así cómo la sensatez de políticos como Julio César, Carlomagno, Lincoln o Churchill es raramente frecuente, la capacidad de hacer disparates prolifera en todas las épocas y todas las sociedades, incluidas las democráticas.

La crisis económica y política que estamos atravesando en España es el producto de la insensatez de unos gobernantes y unos dirigentes que han hecho las cosas rematadamente mal desde hace mucho tiempo. Priorizaron un sistema de valores que conducía a la especulación y el consumo a corto plazo, sin pensar en que la riqueza sólo es sostenible si se crean unas bases que la hagan posible. Pero me temo que no hemos aprendido la lección y que seguimos por el camino de la autodestrucción con políticas que están acabando con lo que ha costado tanto conseguir y con una escandalosa impunidad para los que nos han llevado a esta situación.

Nuestros gobernantes siguen haciendo tonterías y fingiendo que ignoran la corrupción y el hastío de los ciudadanos sin abordar los cambios profundos que exigen los nuevos tiempos. Pero el problema de la estupidez es que siempre se acaba pagando por ella un alto precio cuando afloran sus consecuencias, que casi siempre son irreparables.